Yo, Felipe II, el prudente. Yo, el mayor defensor de la verdadera fé católica. Frente el turco, frente el luterano, frente a todos! Yo, Felipe II, el rey católico de las Españas. Último defensor de la cristianidad.
Mi armada aliada estaba formada por 70 galeras españolas, 9 de Malta, 12 del Papado y 140 venecianas entre que los combatientes espańoles sumaban 20.000. La flota estaba confiada teóricamente a Juan de Austria y dirigida efectivamente por jefes experimentados como Gian Andrea Doria y los catalanes Juan de Cardona y Luis de Requesens. Marco Antonio Colonna, condestable de Nápoles y vasallo de Espańa, era el almirante del papa. Las naves venecianas estaban al mando de Sebastián Veniero.
La preparación de la cristiandad para enfrentarse de una forma decidida con el peligro turco fue muy laboriosa. El único hombre que vio clara la situación desde el primer momento fue el papa Pío V. Incluso yo, que tan amenazadas veía mis posesiones peninsulares por el enemigo, tardé mucho en convencerme de la necesidad de afrontar el peligro de frente y de asestar un golpe definitivo a los turcos.. La unión de escuadras cristianas y constituir la Liga Santa que el Papa había convocado en respuesta a la toma de Chipre (1570) había resultado un fracaso del que los jefes se culpaban mutuamente. Fuerzas turcas se apoderaron de Dulcino, Budua y Antivari, e incluso llegaron a amenazar la plaza de Zara. La escuadra española estuvo ya preparada el 5 de septiembre con la llegada de Andrea Doria, Don Alvaro de Bazán y Juan de Cardona. El 29 de agosto, el obispo Odescalco llegó a Mesina, dio la bendición apostólica en nombre del Papa y concedió indulgencias de cruzada y jubileo extraordinario a toda la armada. El 15 de septiembre, Don Juan ordenó la salida de la flota y el 26 fondeó en Corfú, mientras una flotilla dirigida por Gil de Andrade exploraba la zona.
Don Juan de Austria constituyó una batalla central de 60 galeras en las que iban Colonna y Veniero con sus naves capitanas, flanqueada por otras batallas menores al mando de Andrea Doria, Alvaro Bazán y el veneciano Agustín Barbarigo.Por ejemplo a Cardona se le dio una flotilla exploradora en vanguardia. La infantería italiana era también de gran calidad. La desconfianza hacia los venecianos era tal que don Juan repartió 4.000 de los mejores soldados españoles en las galeras de la Seńoría. El 29 de septiembre abordó a la capitana de don Juan una fragata de Andrade con el anuncio de que los turcos esperaban en el golfo de Lepanto. La flota de la Liga salió el 3 de octubre, y el sábado 6, llegaba al puerto de Petela. En el Consejo se aprobó el plan de Bazán de presentar combate en la madrugada del día siguiente, frente al golfo de Lepanto. La maniobra ordenada permitió cerrar el golfo y dio tiempo a una perfecta colocación de la armada.
El combate 7 de octubre de 1571
Al alba del día 7 la flota cristiana estaba situada en las islas Equínadas. Poco después avistaron a la turca cerca de la boca del golfo de Lepanto. Alí mandaba 260 galeras y las naves del corsario argelino Luchalí. A las diez de la mańana, se hallaron frente a frente. Al mediodía la galera del Almirante Alí Bajá disparó el primer cańonazo. Alí concentró el esfuerzo sobre las galeras venecianas, menos aguerridas. El primer ataque turco fue neutralizado por Barbarigo, herido de muerte.
En la galera Marquesa combatió Miguel de Cervantes con gran valor. Tenía veinticuatro ańos y continuó combatiendo después de ser herido en el pecho y en el brazo izquierdo, que le quedaría inútil. La arcabucería espańola resultó decisiva en el combate cuerpo a cuerpo causando gran número de bajas. En las galeras turcas los cautivos cristianos se rebelaron. Fue un galeote cristiano quien cortó la cabeza del almirante Alí con su hacha de abordaje. Sólo 50 de las 300 naves turcas pudieron escapar. El argelino Luchalí combatió con fortuna y logró escapar. La persecución de Bazán cesó al caer la tarde sin conseguir darle alcance.
La victoria de Lepanto abría la puerta a las mayores esperanzas. Pero no trajo consigo ninguna clase de consecuencias. La flota aliada no persiguió al enemigo en derrota, por diversas razones: sus propias pérdidas y el mal tiempo, a quien el imperio turco, desconcertado, debió tal vez su salvación... Pienso que la Batalla de Lepanto, la victoria supuso el final de la amenaza otomana en el Mediterraneo central y occidental, y cerró el paso a un porvenir que se anunciaba muy próximo y muy sombrío.
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